Cementerio

Hacía más bien poco rato que la noche había caído y la joven muchacha había despertado de su sueño reparador. Se arregló como hacía cada noche, peinó su cabellera dorada, eligió uno de sus vestidos del armario, uno de color violeta que dejaba sus largas piernas al aire, cubiertas por unas finísimas medias. Tomó también una chaqueta y unos guantes negros a juego con una bufanda del mismo color y salió a que la diera el aire y a buscarse el sustento.

Después de un buen rato de búsqueda infructuosa sus pasos la llevaron de alguna manera a un cementerio... Un cementerio sin nombres en las tumbas por lo que no se sabía quien las habitaba por lo que caminó por allí sin un rumbo fijo ya que no había nada que la llamase la atención hasta que vió la estatua del ángel a la cual se acercó hasta quedar frente a ella, quedandose tan sumamente quieta que se podría llegar a pensar que ella también era una estatua. su pálida tez no diría lo contrario.

Ensimismada como estaba con la contemplación del ángel Noa no pudo reprimir el ladear la cabeza cuando un olor a perro la llegó con la brisa nocturna. Aunque pronto el olor a perro fué sustituido por una mezcla entre el perro y el humano. ¿Un licántropo? Quizás se hubiese alarmado por su presencia y se marchara por lo que la muchacha siguió analizando la estatua.

Aunque no cayó esa breva, no. El perro, más bien perra, decidió acercarse a curiosear y a pertubar la tranquilidad de la muchacha que no se movió hasta que no la lanzó el humo a la cara, del cual e apartó justo antes de que tocase su lindo rostro de ángel con ojos como esmeraldas incrustados en el blanco y frío marmol.

- Yo tampoco lo sabía- susurró a sus espaldas y luego se alejó soltando una risita cantarina y dulce como el repiqueteo de campanillas, contoneando ligeramente la cadera al andar. El aspecto de muchacha agresiva que intentaba dar la perra daba risa.

- ¿Te has escapado de casa perrita? Aún llevas el collar puesto y todo, tus dueños te estarán buscando- dijo girando tan solo la cabeza con una expresión dulce y encantadora de niña buena que nunca había roto un plato.

Aunque no lo parezca logró captar la mueca de repulsión que hacía, gesto al que dedicó una gran sonrisa en la que se podía apreciar con total claridad sus dos mortíferos colmillos que estaban destinados a perforar el cuello de alguien aquella noche, algún infeliz que se la pusiera delante y que desprendiera mejor olor que ella, claramente. Noa solía tener gusto a la hora de escoger sus víctimas, muchachos jóvenes de buena presencia a los que encandilaba con sus encantos: sus bellos ojos verdes, esa cabellera dorada que Dios le había dado, unos labios carnosos y jugosos que más de uno quería probar y sus curvas que sabía aprobechar al máximo con sus modelitos, algunos ceñidos al cuerpo y otros mas holgados y vaporosos como el que había escogido aquella noche.

- Creo que no- se llevó un dedo a los labios, fingiendo pensar por un corto lapso de tiempo solo para hacerla de rabiar.

- Aunque sería mejor preguntar si serías lo suficientemente rápida como para llegar a morderme- y dicho esto volvió a mostrar esa sonrisa angelical mientras se descalzaba, haciendo que su estatura descendiera del casi metro ochenta a su metro setenta y tres habitual. Llevó los zapatos mientras caminaba sintiendo el suelo bajo sus pies y como las medias se rasgaban al engancharse con las cositas del suelo por lo que pronto se deshizo de ellas, dejándolas por ahí tiradas. Alguna mente calenturienta que pudiera pasar por allí se pensaría que eran los rescoldos de una noche de pasión cuando solo había sido una muchacha que se había cansado de sus medias rotas.